Paso oriental



Esta mañana he abierto los ojos, luego el despertador suena y yo quiero seguir durmiendo, y eso que es una hora más que decente para levantarse. Las 10 y pico. Pero por supuesto, a mí me da igual.

Pero siempre te acabas levantando, porque sabes que no queda otra. Bajo a tomarme el café y ahí está ella. Ella es Pepi, que siempre está de buen humor y yo siempre estoy de malo. Me anuncia los buenos días, guapísima, además, me llama. Yo le devuelvo un gruñido.

Soy una mala y eso a Pepi no parece afectarle.

Mientras que la cafeína surte su efecto, empiezo a comunicarme con ella, pues ella limpia mi casa cotizando en la seguridad social, y cuida de mi perro, bueno, el perro de mis padres, mientras ellos trabajan, y se supone que si pongo de mi parte seré feliz, y me pasarán cosas de puta madre, y además a mí me han enseñado a que hay que serlo, ser buena persona.

Pepi es testigo de Jehová y a veces mantenemos conversaciones existenciales. Esto es muy interesante. Yo la escucho y ella me escucha a mí. Ella es la positiva y yo la negativa. Ella cree en algo y yo en nada. Ella me intenta animar y yo intento morderme la lengua para no desanimarla.

Me enseña una foto mientras limpia el baño. Mira, me dice. Y entonces veo una foto que le han mandado por wassap, y entonces recuerdo que a odio la gente que quiere animarse por wassap con fotomontajes cutres o ilustraciones mediocres. Y recuerdo que yo me quiero suicidar y ella no. Y recuerdo que había una película japonesa que comienza con un científico que, al haber creado un monstruo horrible, decide suicidarse. Y antes de hacerlo, se quita los zapatos, antes de saltar al río, se quita los zapatos, y antes de saltar, los deja bien colocados.




Veo sus zapatos abandonados en la orilla como dos barquitas diminutas. El agua se agita levemente, burbujea entre ondas y, de repente, todo es calma y silencio. Me acerco un poco más, mientras observo el agua cristalina. Traspaso la realidad cristalina del agua y estoy allí, en medio del bosque japonés, que me habla. Las hojas de los árboles comienzan a susurrarme levemente: “ Él era el monstruo, él era el monstruo, él era el monstruo”.

Me levanto y grito:

- ¡¿Pepi?! ¡Pepi?!. ¿Dónde estás Pepi?. – Tiro la taza de café vacía, mientras giro y giro en medio de este bosque desconocido. Maldita Pepi, siempre está con los baños cuando más la necesito.

El bosque cruje y empiezo a oír unos pasos descalzos….




Lo sabía: cuando miro hacia atrás no hay nadie.

Pero ¿dónde se habrá metido Pepi? Recojo sus zapatos y me dirijo hacia la dirección contraria de la que escucho los pasos. Corro, y corro y ¡¡corro!!!

Me alejo de allí tan rápido como puedo, con los zapatos de Pepi en la mano, y el corazón que se me sale por la boca.

No la veo por ninguna parte. ¿Y si la que estaba en el agua era ella?

Empiezo a oír una música que me suena de algo, y me paro en seco. La duda me asalta: ¿volveré a ver a Pepi algún día?







Cuando miro hacia atrás no hay nadie. 
¿dónde se habrá metido Pepi? 
Me alejo de allí no hay nadie. 
¿dónde se habrá metido Pepi? 
No la veo por ninguna parte 
¿dónde se habrá metido Pepi? 
  
¿volveré a verla algún día? 
¿volveré a ver a Pepi? 











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