De cómo mi abuela dejó de ser Ava Gadner





“El origen es incierto”- Me decía Ava desde la escalera en espiral. “¿Cuándo decidiste ser mujer?” El momento no está claro. Él siempre me dijo que era del material del que están hechos los sueños. Los orígenes proteicos se hallan escondidos en órficas espirales al inconsciente.



“Si subes las escaleras no encontrarás respuestas” - Ava era mi abuela y pasó mucho tiempo hasta que entendí por qué no le hacía gracia que trasteara por el desván de casa. Yo qué iba a saber, sólo quería jugar al escondida con Zaida, mi vecina. Pero la vieja Ava siempre se las arreglaba para sacarnos a jugar al patio, con algún bizcocho de nueces como anzuelo.

Sin embargo, subí. Subía las escaleras cuando la vieja Ava dormía la siesta los sábados; varias veces, muchas, pocas... Y hubo una vez que me marcó especialmente: entre todos los recuerdos que guardaba en el desván encontré fotos, cartas, ropa y otras pruebas suficientes para darme cuenta, para descubrir que, cuando decidió ser mujer, fue con otro hombre que no era mi abuelo.

María, vuelve.

Y entonces encontré al Doctor Saavedra mirándome muy fijamente a los ojos y no paraba de preguntar: “¿Y bien?”





No supe qué responder. En esas fotografías, en todas esas cartas había una sola palabra, únicamente una palabra que se repetía: María, María, María... Era como si toda mi infancia, toda mi vida, fuera la de todas y cada una de las mujeres que han poblado la tierra, pero a la vez, una certeza fatal inundaba mi cuerpo, como si por vez primera fuese consciente de que todo es invención, una gran ilusión insostenible. ¿Cómo podía explicar eso? ¿Hacerle entender a alguien, ajeno a mi, que sus recuerdos, sus vidas, sus sueños, no son más que el invento de algún artista frustrado escondido en lo mas miserable de su interior...? Todo se reduce a... María.




Somos hombres, mujeres, niños, gatos, mutantes, cartas, desechos, pasiones... Todo en tu interior, en un mismo cuerpo. Cárcel. 
 
Mi abuela no era Ava Gardner. Nunca lo fue. Tampoco lo desmintió.

Pues la verdadera Ava nunca reclamó su identidad. 

- ¿Quién quieres que sea ahora?- Podía leerse en una de sus últimas cartas.

En mi cabeza resonaba su voz, el eco de las palabras de mi abuela, quien antes de morir balbuceaba sin cesar: María, María, María, María…


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